"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

www.surda.se

 

 

09-08-2008

 

Lalo Barrubia

 

Como se vive en Suecia

 

Como se vive en Suecia. Un tema a veces dificil de trasmitir y casi siempre de comprender. Las medidas, los valores, son diferentes. Y casi siempre nos queda aquello de “no entendieron nada”.

Y ocurre en las dos puntas del tema. De los rioplatenses para entender la forma de vida del país donde vivimos, y de los visitantes de acá cuando van a nuestros pagos. En Página 12 (¡gracias Ernesto!) se abre un debate cuando un periodista del periódico, entrevista a unos amigos argentinos que viven en Estocolmo. Y detalla, entre otros, formas de vida, costo social y económico. Hace una crónica de esta sociedad calificada como entre las primeras del mundo en cuanto a bienestar social. El artículo generó una respuesta inmediata.

Lalo Barrubia,** escritora, licenciada en Trabajo Social. radicada en Malmö, Suecia, le responde con su visión y precisiones sobre el tema. Queda abierto el debate.

 

Suecia al revés

Por Martín Becerra *

El enigma que intenta resolver el “decano de Sociales de Estocolmo”, personaje de las crónicas de Mario Wainfeld, anida en las sinrazones de la convulsión argentina. El revés del enigma también aporta lecciones: para un argentino, Suecia es bien extraña.

En Suecia viven, desde hace ocho años, María y Gastón, cuyas preguntas sobre la crisis del primer año de gobierno de Cristina Fernández son tan racionales que es complejo responderlas para un visitante contaminado por el conflicto agropecuario.

Los dos hijos de la pareja radicada en Estocolmo, Bjorn y Leo, nacieron en hospitales que prestan excelente atención y cobertura universal. María y Gastón gozaron de 14 meses de licencia por maternidad/paternidad, en los que fueron a pre-jardines de infantes gratuitos (como toda la educación), compartiendo juegos y aprendizajes con los chicos.

Como sus padres son inmigrantes, Bjorn y Leo tienen derecho a preservar su lengua materna; además de la escolaridad sueca, reciben clases semanales de castellano. A su vez, cuando María y Gastón llegaron a Suecia, donde él se insertó como neurocirujano en el prestigioso Instituto Karolinska, el Estado sueco les proveyó cursos de idioma de forma gratuita.

Las calles de Estocolmo son calmas para tratarse de una capital: el respeto por el prójimo, la preservación de lugares peatonales y verdes y el cuidado del espacio público producen una ciudad amable, sin intrusión de carteles ni ocupación de la vía pública con fines comerciales. El peaje para ingresar y salir de Estocolmo es caro; pero antes de subir las tarifas el Estado garantizó una red de transportes públicos (subtes, trenes, o colectivos) que funciona en excelente estado, en horarios amplios y en la que jubilados y estudiantes tienen importantes descuentos (menores de 7 años no pagan).

Comparado con la Argentina, en Suecia hay pocas farmacias. El Estado tiene el monopolio de la venta de drogas legales, lo que no es del agrado de los grandes laboratorios. Por razones similares, el Estado sueco es monopólico en la comercialización de bebidas alcohólicas de alta graduación.

Una vez por año, todos los políticos de Suecia dialogan con la sociedad durante una semana estival, en una vieja isla vikinga. Pero amén de la apertura de espacios deliberativos, los políticos, comenzando por los gobernantes, responden usualmente las preguntas de los periodistas. Y los periodistas, comenzando por los de los medios más grandes, cultivan un profesionalismo que separa opinión de información y procuran sostener un equilibrio entre tendencias de las fuentes consultadas.

En Suecia los canales de televisión son públicos y se financian mediante un impuesto que paga la población, para reducir el impacto de una publicidad que suele interpelar a la audiencia más como consumidora que como ciudadana. Irónicos con el consumismo afiebrado de buena parte del continente americano (lo que incluye al Cono Sur), los suecos respaldan una televisión tan alejada del sacro rating como del usufructo gubernamental. Es decir: ni manipulación comercial privada (con sus intereses políticos) ni manipulación política gubernamental (con sus intereses económicos).

En los medios de comunicación y en muchos otros ámbitos existen ombudsman. Este ombudsman es mucho más que un “observatorio”: puesto que su función es defender los derechos de los destinatarios del servicio, monitorea constantemente las prestaciones que debe garantizar. También la sociedad opina sobre los medios. Ni los dueños de los medios privados, ni los directivos de los medios públicos, ni los periodistas, creen que ello amenaza la libertad de expresión. Además, en Suecia una cuota de las licencias de radio y televisión se reserva para emisores no comerciales, para que la sociedad acceda a contenidos diversos.

Suecia cuenta con los índices de lectoría de diarios más elevados del mundo. La libertad de expresión en la que asienta su buena salud el mercado editorial requiere de la activa intervención del Estado. Por ejemplo, se otorgan subsidios a la prensa para alentar la publicación de un segundo diario en localidades donde existe monopolio. En televisión no hay publicidad dirigida a los niños. La preservación de la infancia como un espacio lúdico, de aprendizajes y de socialización, resulta central para un país que hace de su elevada calidad de vida un culto.

Hace cien años, Suecia tenía una importante deuda social y una economía relativamente atrasada. La estabilidad de políticas inclusivas orientadas por la equidad, con criterio público, transformó aquel reino. Aquí María y Gastón eligieron radicarse en una travesía en la que sacrificaron afectos, para criar sus hijos en condiciones impensadas para la Argentina de los últimos 34 años. Gastón paga el 50 por ciento de su salario en impuestos. De su sueldo mensual, el Estado sueco le descuenta la mitad. Los mejores sueldos sufren mayores descuentos. Gastón preferiría tributar menos al fisco, pero comprende que hay un principio elemental de solidaridad cuando uno decide vivir en comunidad. El bienestar social no es una entelequia. Y aunque al “decano de Estocolmo” le asombre, Suecia queda en el mismo planeta que la Argentina. *

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Vivir en Suecia

Desde Malmö, por Lalo BARRUBIA**

Esta nota plantea un debate con un artículo de Martín Becerra, “Suecia al revés”, publicado por PáginaI12 el sábado 26 de julio.

 

 

Además de Gastón y María, viven en Suecia algo más de un millón de inmigrantes, algo así como el 11 por ciento de la población. Alrededor del 30 por ciento de los desocupados son inmigrantes. De los restantes, apenas algunos pocos trabajan como neurocirujanos en el Instituto Karolinska o en ocupaciones de ese status.

Es posible que los hijos de los neurocirujanos nazcan en excelentes hospitales, pero no significa que todos, ni la mayoría de los hospitales, sean excelentes, ni que la supuesta atención universal se cumpla de la misma manera en todo el país. Primero es necesario que el médico que te toca tenga alguna idea del origen de tu padecimiento, cosa que no siempre sucede. O que la enfermera que te atiende no esté agotada haciendo jornadas dobles por falta de personal.

Es cierto que los trabajadores suecos gozan de una de las licencias por paternidad más extendidas del mundo. Pero no es cierto que los jardines de infantes sean gratuitos ni que las dos cosas puedan combinarse. Muchas veces los padres están obligados a tomarse más licencia por paternidad de la que quisieran porque no consiguen un cupo en una guardería cercana.

Los hijos de inmigrantes tienen derecho a aproximadamente una hora de estudio de la lengua materna por semana. Muchas veces esa hora se consume en la búsqueda del equilibrio en clases integradas por niños de diferentes edades o se pierden a causa de otras actividades. Si bien los hispanoparlantes son relativamente privilegiados en este campo, en muchas otras lenguas ni siquiera se cuenta con profesores capacitados o programas de estudio. Y en caso de que los padres intenten quejarse deberán escuchar que deberían estar agradecidos de que el Estado gaste dinero en enseñarles a sus hijos una lengua minoritaria, sin que a nadie le preocupe si ese dinero es correctamente utilizado.

Las calles del centro de Estocolmo y de los barrios donde viven los neurocirujanos del Karolinska son calmas. Sin embargo, el aumento de la violencia callejera y gratuita es un fenómeno que tiene ocupados a investigadores de disciplinas varias desde hace años sin llegar a conclusiones muy satisfactorias.

El transporte colectivo de la ciudad, y de muchas otras ciudades de Suecia, es aceptablemente bueno, y caro. El servicio pertenece a las comunas pero en las grandes ciudades está delegado en enormes empresas internacionales con contratos que se renuevan periódicamente. Para aprovechar al máximo su cuarto de hora, las empresas usan muchos métodos. Uno de ellos es estirar al máximo los horarios de los trabajadores. Hace un par de semanas los conductores de autobuses fueron a la huelga. Lo que reclamaban era la extensión a las empresas privadas de una regla ya existente para los trabajadores públicos (de las pequeñas comunas que atienden el transporte colectivo), que les otorga el derecho a un mínimo de ¡once! horas de descanso entre una y otra jornada laboral.

En Suecia hay pocas farmacias. El monopolio estatal de la comercialización de drogas legales ha garantizado la seriedad y los precios accesibles de los medicamentos durante años. Pero las farmacias son demasiado pocas, y tienen horarios limitados, y se mantienen cerradas durante meses para hacer reformas en el local. Empeorando el servicio se intenta convencer a la población de las incomodidades del monopolio para lograr apoyo público para la liberalización del mercado. Es decir, el monopolio de la farmacia se ha convertido más en un elemento de especulación política que en una garantía de servicio para la población.

Todas estas cosas discuten los políticos una vez al año en una semana estival en la región balnearia más cara de Suecia, donde la gran mayoría de la población no puede más que seguir los debates por televisión. En Suecia hay periodistas políticos serios e independientes que formulan preguntas interesantes, pero están lejos de ser todos. En Suecia hay políticos que contestan con seriedad las preguntas, pero no es una condición destacada entre los gobernantes.

Además de los canales privados y comerciales sobrecargados de productos basura fundamentalmente de origen norteamericano, hay en Suecia canales públicos de televisión que se financian mediante una tarifa que no es un impuesto. Aquellos que tienen aparatos receptores de TV están obligados a pagar la tarifa. Es una tarifa cara. Por lo cual hay muchos que la evaden.

La existencia de marcos legales para garantizar la integridad individual y la competencia justa en los medios de comunicación, como por ejemplo el ombudsman o las colaboraciones estatales para la publicación, no tienen un valor menor. Claro que, paradójicamente, muchas veces las posibilidades de éxito de una demanda están más relacionadas con la repercusión del caso en los medios que con su contenido.

La regulación de la propaganda merece también un comentario positivo. No hay propaganda de bebidas alcohólicas ni cigarrillos. No hay propaganda dirigida a los niños. No es inusual que ciertos anuncios se clausuren por mentir o confundir acerca de un producto. Sin embargo, eso no ha logrado evitar que el más banal, de los consumismos sea un fenómeno cada vez más extendido en la población sueca. Los centros comerciales se abarrotan los días de lluvia porque la gente sale de compras como mero entretenimiento. Los adolescentes de las clases acomodadas reivindican abiertamente desde sus blogs el derecho a comprar como una forma de diversión o para compensar sus desencantos amorosos. Y las enormes cantidades de desperdicio no podrían describirse de forma realmente convincente.

Es muy cierto que Suecia ha dado un salto en los últimos cien años desde una enorme deuda social y una economía atrasada a uno de los sistemas económicos y de seguridad social más desarrollados del mundo. Y con desarrollado no quiero solamente expresar avanzado en calidad, sino también de enorme cobertura, minuciosidad y basado en un estricto control social que raya los límites de la integridad. La información que maneja el Estado sueco acerca de cada uno de sus habitantes podría asustar a cualquier persona que no esté acostumbrada a vivir en una sociedad así.

Y es muy dudoso afirmar que lo que transformó Suecia fueron exclusivamente políticas dirigidas a la equidad y la inclusión. Esas políticas forman parte de un complejo proceso histórico en el que, entre otras cosas, Suecia salió intacta de dos crueles guerras gracias a aquello que algunos llaman neutralidad, pero que también puede interpretarse como estar bien con dios y con el diablo. Esas políticas se sostuvieron en la matanza de obreros en las protestas sindicales de los años ’30. Esas políticas sirvieron también como fundamento para programas de limpieza social que se llevaron adelante hasta avanzados los años ’60 con medidas como la esterilización obligada de personas con deficiencias o padecimientos psíquicos, que podía incluir alcohólicos y marginados.

Todo esto no es para criticar el sistema impositivo sueco, sino todo lo contrario. Un pequeño grupo de la población que tiene los ingresos más altos del país paga –efectivamente– el 50 por ciento de sus ingresos al Estado. Claro que algunos de los que están en el tope del registro saben establecer sus empresas en Suiza, o montar sus fábricas en países pobres para poder gravar sólo una parte de sus ingresos reales.

Todo esto es para decir que la realidad sueca puede ser tan compleja de analizar o comprender desde afuera como el conflicto argentino de los tributos al agro. A pesar de los estragos que las reformas del actual gobierno liberal están haciendo en el modelo sueco, y especialmente en el sistema tributario, puede decirse que el sistema tributario sueco todavía está dentro de lo más cercano a la justicia que puede encontrarse en el mundo capitalista. Pero está muy lejos de garantizar el paraíso.

 

**Lalo Barrubia (seudónimo de Rosario González) vive en Malmö, Suecia, donde trabaja como periodista cultural y colabora con otros escritores y con artistas plásticos. Es licenciada en servicio social, disciplina en la cual también realiza lecturas de poesía y espectáculos tanto en español como en sueco. Trabaja activamente en la difusión de la poesía en soportes y espacios no tradicionales, especialmente con los vinculados a espacios y artistas de rock.

Ha publicado dos libros de poesía: Suzuki 400 (1989), y Tabaco (1999) y la novela Arena (2003). Barrubia es realizadora de numerosos espectáculos poéticos y lecturas entre los que destacan La puta madre (1991) y Rap de la Pocha (1999- 2000).

 

 

 

 

>
Copyright © 2007 SURda All rights reserved. webmaster@surda.se     Portada |  Nuestra opinión |  Notas |  Enlaces |  Anteriores |  Internacionales |  Organización |  Libro de visitas |  Contactarnos
Economía |